viernes, 8 de febrero de 2008

Una de pimientos

Para arrancar alguna que otra sonrisa (Valorad el esfuerzo que supone para mí revelar esta mancha indeleble en mi "expediente"). Tenía doce años y os aseguro que no daba un problema nunca. No he querido poner ninguna imagen para no desviar la atención de la historia, espero haberla relatado con suficiente detalle.

""Cuando vivíamos en Murcia, íbamos a comprar el pan a un obrador que se llamaba “Carlos”. Acudir a la panadería, a buscarlo cada día era una tarea con la que estaba encantada, eso sí, la barra, crujiente y calentita, estaba más que pellizcada...
El colegio era mixto, había algunos chicos en la escuela, Perico, Carlos, Alfredo, Nicolás...
En el obrador, además de como panadería y pastelería, el horno servía también para cocinar algunos platos.
Mi madre, como buena manchega, aprovechaba los extraordinarios pimientos de asar que da la huerta murciana para hacer con ellos platos típicos, como el “asadillo”.
Un día, con el horno estropeado, mi madre preparó la bandeja con unos pimientos, cubiertos con papel de aluminio, y me dijo... -Covi, ve y lleva estos pimientos a “Carlos”, para que te los ase, que esta tarde a las siete voy a por ellos.
Doblé la esquina de Luis Braille con Santa Teresa, en dirección, claro está, a “Carlos”. Pero algún cable extraño se fundió... Y lo que ante mis ojos se leía claramente en un rótulo, no lo entendí como tal, así que fui con la bandeja, casi más grande que yo, en busca de la casa de mi compañero de clase (creo que tiene que ser porque nos habíamos peleado hacía tiempo y algún rencor infantil oculto salió a la luz en aquél momento), “Carlos”....……….................................................
La verdad es que no tenía una idea exacta de donde vivía, pero le había visto cruzando hacia los portales frente al colegio, así que pasé a un par de ellos, y sin demasiada dificultad, en un buzón localicé su vivienda.
Subí y llamé al timbre. Me abre una señora, a la que, -aunque algo tímida-, con una sonrisa, le digo:
- ¡Hola! ¿Sabes quién soy?. Por supuesto, aquella mujer no tenía ni la más remota idea...
No, ¿Quién eres?
Y yo... – Y mi madre, ¿Sabes quién es?(ella perpleja, claro) .
A continuación disparo esta retahíla, sin prisa pero sin pausa, a ver si con mis aportaciones, “caía”:
- Manoli,
la peluquera rubita bajita,
que vivimos en Luis Braille,
que te ha peinado alguna vez.

Creo que tras un tremendo esfuerzo cognitivo, aquella mujer, que no tenía ni idea de la que se le venía encima ni qué había hecho para merecer aquella visita, cayó en la cuenta de que podía disimular o servir de actriz, respondiendo... – Ah, sí, sí, ya sé quién dices (¡¡mentira mentirosa pensé yo!! Pero parecía que remotamente podía tener una idea de a quién me estaba refiriendo). A lo que respondo (ahora sí, fluido y ligerito, que la bandeja me estaba pesando ya como el plomo y no me parecía que la noticia fuera como para dar paso a réplica, que por supuesto no hubo):
-Bueno, pues me ha dicho mi madre que te dé estos pimientos, que se los ases, y que esta tarde a las siete viene a por ellos. Estiré los brazos, le di la bandeja, y me fui tan pimpante.


Llegué hacia las ocho de la biblioteca, y mi madre, ya en la puerta, sin poder empezar a recorrer el pasillo, me dice:

- ¡¿Dónde están los pimientos?!
Y yo... - Donde Carlos.
Mi madre, alterándose progresivamente: -¿Dónde Carlos? ¡Donde Carlos no están, que he ido a buscarlos!.
Y yo, con esa entonación y cabezonería, irritando aún más a mi madre: - Que síiii están, que los he llevado.
Mi madre respira profundo y trata de abordar el “problema” de otra manera:
- ¿Quién te atendió?, ¿El o ella?
– Ella (pesada).
Mi madre, escudriñando, - Ella ¿Quién, la madre o la hija?.
Yo (qué cansina eres…): - La madre. (¡¡Un momento!!, Carlos no tiene hermanos…)
Por supuesto, mientras yo me iba dando cuenta de que algo estaba mal, mi madre, que no sabía nada, incrédula:
- ¡No puede ser!, si Carlos ha preguntado y ella le ha dicho que nadie ha llevado los pimientos.
Y yo, con una flema del quince, destapé el misterio:
- Pues yo se lo he “dao” a la madre de Carlos, ¡Bien que me costó encontrar el sitio!.
Mi madre, ya sus nervios desparramados por todo el recibidor, puesto que existía en la panadería la madre de Carlos, elevando el tono de voz:
-¡Qué dices! ¡¡¿No los has llevado al horno?!! ¡!!¿Dónde están los pimientos?!!!
- Pues los llevé a la señora esa gordita a la que has peinado un día...

¡Bueno, mi madre! Poco a poco, tomó conciencia que los pimientos no habían llegado a la panadería. Lo que ya costó más era saber dónde habían ido a parar, por más que yo le explicaba que seguro que ella la conocía, que era la madre de “Carlos”, claro. Ciertamente sorprendida por lo extraño del suceso, en la firme creencia que había perdido la cabeza, pero con la responsabilidad de solucionar el problema y recuperar al menos la bandeja, me dijo que fuera a recoger los pimientos.
Pero no iba a ser tan sencillo, en plan terco como nunca, dije que ni hablar, que qué vergüenza, que en el colegio nunca me pasarían tal “despiste”.
Así que después de varias intentonas infructuosas por parte de mi madre, que no entendía el trauma escolar que podría suponer que en el colegio se supiera la historia, conseguí librarme del bochorno de reclamar los pimientos, dejándole a ella esa responsabilidad. Más de diez minutos explicándole cómo llegar al domicilio al que los había llevado. Una cosa estaba clara, yo, por allí, no volvía ni loca.
Resultó que la madre de Carlos le debía dinero a la mía porque no le pagó el peinado. Imagínate el “corte”, no de pelo, precisamente, de ambas, mi madre por parecer cobradora y la otra por morosa…
Aquella mujer no solo cumplió la función culinaria, sino que saldó su deuda...


Mi deseo es que paséis un buen fin de semana.

1 comentario:

Manenes dijo...

Pues no hay mal que por bien no venga... tu madre, qué cara tuvo que poner, jajaja.

B7s